Cuando
las mujeres ya llevaban un buen rato en casa de la Genoveva que vive en el número
diecinueve, sacaron una mesita cubierta con un mantel negro a la calle junto a su
puerta y encima colocaron un libro y una pluma para escribir. Las personas se
acercaban y dibujaban cosas en el libro así que nosotros hicimos lo mismo.
Hicimos unos dibujos preciosos, bombas, explosiones, aviones tirando bombas,
aviones explotando en el cielo… Hasta el Comemierdas hizo un garabato. Nuestros
dibujos no le gustaron a nadie.
—Estos
chiquillos que no respetan nada —decían algunos.
—¿Cómo
se les ocurre?
—Una
buena zurra os tienen que dar vuestros padres.
El
señor Félix tomó el libro y miró atentamente lo que allí dibujamos.
—Son
niños y estos son malos tiempos para los niños. No querían faltar el respeto a
la finada. Guarda este libro que algún día cuando éstos —dijo el hombre señalándonos—
sean viejos será testimonio de lo que vivimos.
Menos
mal que no pasó nada a pesar que no comprendíamos nada de lo que estaba
pasando. ¿Si todos dibujaban cosas porque nosotros no?
Creo,
no obstante, que si llega a ser la Fernanda nos sacude una buena colleja a
todos.